Uno de los temas tratados en la pasada entrevista con Tim Harford fue la conveniencia de la aplicación de los principios del «Nudging» desde los gobiernos. El Nudge es una forma de paternalismo blando en el que se altera el entorno de los individuos para que tomen mejores decisiones, sin necesidad de cambiar el comportamiento de los ciudadanos a través de la coerción. Algunos ejemplos:
- La impresión de las calorías de la comida en los restaurantes induce a comer más saludablemente.
- El desglose del gasto eléctrico por electrodomésticos puede llevar a un ahorro de electricidad del 40%.
- Cambiar las opciones por defecto de un contrato laboral ayuda a ahorrar de una manera mejor.
En última instancia, el nudge puede llevar al mismo tipo de objeción que el paternalismo más duro y clásico: ¿por qué han de obligar los gobiernos a sus ciudadanos a realizar acciones que solo afectan al propio individuo? Bien se puede argumentar que la decisión de ahorrar para una hipotética jubilación es algo que entra dentro del ámbito estrictamente privado. ¿Por qué los gobiernos hacen obligatorias las pensiones? (Es necesario aclarar que esta discusión no está relacionada con el sistema de reparto vs sistema de capitalización).
Second Best
La respuesta se encuentra en una sencilla aplicación de la teoría de juegos. Consideremos el problema como un juego secuencial entre dos agentes: el individuo y el estado. Primero, el estado debe decidir entre declarar o no la obligatoriedad de un sistema de pensiones. Tras ello, el individuo tiene la opción de ahorrar o no ahorrar para su jubilación. Es decir, existe una disyuntiva inicial entre el paternalismo estatal y la libertad individual. ¿Por qué los gobiernos escogen sin excepción la primera vía?
El mejor resultado final sería aquel en el que los individuos ahorran sin ser obligados a ello: todo el mundo tiene su pensión y la libertad individual sigue intacta. Pero dicho equilibrio no existe en el mundo desarrollado, pues los gobiernos son conscientes de que la no obligatoriedad llevaría a otro tipo de equilibrio: muchos individuos no ahorrarían, pero, a la hora de la verdad, un estado moderno no permitiría que un ciudadano de más de 70 años falleciese en la miseria absoluta y le acabaría proporcionando una pensión aún sin haber cotizado o ahorrado. Ese problema es precisamente el origen de nuestro sistema de pensiones de reparto, que se remonta al año 1889; el gobierno prusiano de Otto von Bismarck estableció el primer sistema de seguridad social para evitar la miseria entre los ciudadanos con demasiada edad para trabajar.
Por lo tanto, la solución actual es lo que se conoce en la jerga como un “second best”, al reconocer que el óptimo social (“first best”) parece inalcanzable dada nuestra conciencia social. Ello no quiere decir, no obstante, que toda intervención sea justificable mediante este argumento. Pero sí es un buen punto de partida para comprender el enfoque público de muchos temas relacionados con los riesgos (seguros de automóviles, sanidad, etc).