En este eterno día de la marmota, condenados a repetir una y otra vez nuestra historia, ya no sirven ni las palabras huecas ni las reformas de kit de cosmética Maybelline a los que aludía en el primer artículo de esta serie. Y antes de discutir zarandajas varias, que entretener entretiene mucho –basta ver las audiencias de los talk shows políticos- pero que de nada sirven para cambiar este sistema castizo, deberíamos comenzar a debatir sobre lo importante:
El mito de las listas abiertas
¿Son suficientes las listas abiertas para romper el monopolio de los partidos políticos sobre las candidaturas? Mi respuesta es clara, no. Sonar, suena muy bien, pero no deja de ser un mito. De hecho en España existen listas abiertas en la elección al Senado sin que ello haya significado una mayor democracia o un debilitamiento de la partitocracia. Seamos sinceros, salvo enemistad manifiesta o un primo que se presente, la tendencia general es rellenar las casillas correspondientes a los tres primeros de la franquicia de siglas a la que se vota para el Congreso de los Diputados. Ya en la II República se instauró este modelo con consecuencias muy poco deseables que bien describe Fernández-Villaverde en su artículo El Sistema Electoral de la II República. Aprendamos de nuestra historia.
Si las listas abiertas no son el Santo Grial, entonces ¿qué?
Y es ahí, donde en mi opinión está la madre del cordero. El sistema de elección de candidatos y la configuración de la provincia como circunscripción territorial que el artículo 68.2 de la Constitución hace, son los pilares principales sobre las que se sustenta la partitocracia. Son los partidos los que confeccionan unas listas en base a sus juegos de poder interno –“el partido te lo da, el partido te lo quita”-. La solución pasa necesariamente por acercar el elector a sus representantes como garantía de control y de su capacidad para intervenir a través de ellos en decisiones, propuestas y presupuestos. O lo que es lo mismo, reducir el ámbito territorial de las circunscripciones electorales y modificar el sistema de elección de representantes. Y ahí es donde comienza el debate serio.
Como punto de partida para iniciar la discusión es necesario enunciar algo que parece obvio: las circunscripciones deben responder a un único criterio que es la población, de modo que la representación ha de ser proporcional a ésta, el Gerrymandering no tiene cabida. A partir de aquí, una serie de cuestiones se abren en cascada: tamaño de la circunscripción, número de electos por circunscripción, implantación de factores correctivos para garantizar la gobernabilidad…. Modelo británico o alemán, y ¿por qué no irlandés? ¿danés?
El modelo británico: «first past the post»
En el sistema electoral del Reino Unido los representantes son elegidos mediante escrutinio uninominal mayoritario, esto es, elección directa de un representante por cada distrito, el que mayor número de votos saca es el elegido. El principio fundamental que obra es la confianza –confío en ti, luego te doy mi voto-. En consecuencia, los candidatos están obligados a ganarse esa confianza. La cercanía, la conexión directa y la respuesta a las demandas ciudadanas son claves. Así que no resultan extrañas las oficinas a pie de calle, instituciones abiertas,… Este verano vagabundeando por Escocia, mientras tomaba estas imágenes –reconozco que soy tan friki que suelo hacer turisteo costumbrista-político- no podía dejar de pensar en el escalofrío que recorrería la espalda de algunos de nuestros Ilustrísimos Diputados, nacionales o regionales, si tuvieran que tener ese grado de exposición.
A pesar de que a priori para todo demócrata este sistema despierta simpatía, presenta un grave inconveniente: al ser elegido un solo candidato por distrito, ¿qué pasa con el resto de votos? Se pierden. El principal problema del sistema británico es que, al despreciarse en los distritos todos los votos que no sean para el candidato que resulta electo, la composición de la Cámara de los Comunes premia en exceso estas mayorías, conduciendo a una representación que no se corresponde con el porcentaje de los votos emitidos a partidos políticos. Así en las elecciones de 2005, los Laboristas con el 35% de los votos obtuvieron el 55% de los escaños mientras que los tories con el 32% de los votos, el 30% de los escaños, la peor parte se la llevó el Partido Liberal Demócrata que con el 22% de los votos únicamente logró el 10% de los diputados.
¿Cómo solventar este déficit democrático?
La segunda vuelta instantánea: Instant-runoff voting. Manteniendo el distrito uninominal, los votantes expresan sus preferencias marcando a los candidatos según su orden de preferencias personales. Emitidos los votos, se realiza el escrutinio teniendo en cuenta la primera preferencia. Si un candidato obtiene más del 50% de los votos emitidos es proclamado vencedor automáticamente. En caso contrario, se excluye aquél que hubiera obtenido menor número de votos y se transfieren las segundas preferencias de sus papeletas al resto de candidatos.
Otra alternativa es, manteniendo las circunscripciones territoriales suficientemente pequeñas como para permitir que el voto se base en la confianza y la cercanía, establecer un sistema plurinominal, de modo que los electores elijan más de un representantes por distrito. A partir de este planteamiento, el sistema puede complicarse hasta el infinito, desde el más simple el voto único no transferible (VUNT)– un elector, un voto; resultan elegidos aquellos que alcancen mayor número de votos-, hasta el complejo sistema electoral irlandés, el voto único transferible (VUT).
El VUT se basa en circunscripciones plurinominales. Los votantes marcan a los candidatos según su orden de preferencias personales. Emitidos los votos se procede al escrutinio de acuerdo con el siguiente procedimiento:
- Se calcula el número de votos mínimos que necesita un candidato para ser elegido, la “cuota”.
- Se hace el recuento de la primera preferencia y cualquier candidato que alcance la cuota es automáticamente elegido.
- Una vez alcanzada la cuota por un candidato, sus votos excedentes se transfieren a las segundas preferencias de las papeletas.
- Si ningún candidato logra obtener la cuota, el candidato con menor número de preferencias es eliminado y se transfieren las preferencias de sus votos a los otros candidatos.
La gran crítica que tiende a hacerse de este tipo sistemas en España es que, la previsible fragmentación del Congreso de los Diputados en el que pasarían a estar representados pequeños partidos o independientes sin afiliación, plantearía problemas de gobernabilidad. La cuestión de la gobernabilidad y la distorsión de la proporcionalidad asociada a la división en distritos pequeños es solventable. Piénsese en el modelo alemán, la representación proporcional personalizada. Los representantes en el Bundestag son elegidos mediante doble voto por el elector: El votante vota al candidato preferido de su distrito electoral -299 Wahlkreise, distribuidos proporcionalmente a la población-, (primer voto, Erststimme) y, en la misma papeleta, emite un segundo voto a su partido preferido (Zweitstimme) en listas cerradas y bloqueadas de partidos políticos confeccionadas por estados federales (Landeslisten). El Bundestag queda compuesto siguiendo un complejo procedimiento:
- Se procede al recuento del primer voto emitido, Erststimme, resultando elegido el candidato más votado en cada distrito electoral (Direktmandate).
- En el recuento del segundo voto emitido, Zweitstimme, se contabiliza el total nacional de votos emitidos a las Landeslisten y se procede a excluir aquellos partidos que no hubieran alcanzado el umbral del cinco por ciento o, alternativamente, que no hubieran obtenido tres miembros electos directamente. El cálculo de escaños asignados a cada formación se realiza, tras la última reforma, mediante el método Sainte-Laguë, determinando el total asignado a nivel nacional y federal.
- Definido el total de escaños que corresponden a cada partido en cada Lander según el segundo voto emitido, se le restan los obtenidos directamente (Direktmandate), el resultado es el número de candidatos de la lista cerrada elegidos.
- Si un partido obtiene más escaños directos (Direktmandate) de lo que le correspondería por su resultado de segundos votos, los mantiene, son los mandatos excedentes (Uberhangmandate) que incrementan temporalmente el total de escaños del Bundestag.
Por tanto, el sistema electoral alemán tiene como gran virtud que, al menos, la mitad de los representantes en el Bundestag son elegidos directamente por los ciudadanos de su distrito. Por otro lado, no produce discordancias entre los votos de los partidos y el número de escaños que obtiene –en las últimas elecciones, la CDU-CSU de Angela Merkel obtuvo el 49% de los escaños correspondientes al 41,5% de los votos-. Sin embargo, el sistema, a pesar de ser alemán, no es perfecto, casi 7 millones de votos, más de un 15% de los emitidos, se quedaron sin representación al no haber alcanzado el umbral del 5%. Así, una de las mayores críticas es precisamente esa: la proporcionalidad es altísima entre los que superan la barrera del 5%, pero partidos con un porcentaje de votos cercano al 5% – por ejemplo, los liberales del FDP (4,8%)- se quedan sin representación.
La cuestión subsiguiente es: ¿Un sistema perfectamente democrático puede asumir la exclusión de grandes minorías a costa de primar la gobernabilidad? Estamos aquí ante otro déficit democrático. ¿Cómo solventar la cuestión de la representación de las minorías? Una posible vía es el peculiar sistema danés.
El Parlamento danés (Folketinget) está compuesto por 179 diputados -175 de la Dinamarca continental, dos de las Islas Feroe y dos de Groenlandia-. El procedimiento de elección es complejo, a grandes rasgos quedaría descrito como sigue:
En primer lugar, electoralmente el país se divide en: tres grandes regiones -a efectos de la distribución de los asientos compensatorios-, 17 circunscripciones plurinominales y, éstas a su vez, en 103 distritos uninominales.
Para la confección de las listas los partidos puede optar por un doble sistema: una lista de candidatos para toda la circunscripción plurinominal –forma paralela-, o bien, postular un candidato para cada distrito uninominal –forma tradicional-. En cualquier caso las listas son abiertas, es el elector quien, finalmente, decide a quien da su voto.
La confección de las listas mediante u sistema u otro tiene efectos en el escrutinio: Los votos emitidos a favor de un candidato son siempre computados como voto al partido, pero la imputación de los votos al candidato varía según el sistema -en la lista tradicional, el candidato postulado en el distrito recibe todos votos al partido en su distrito más los votos directos o preferenciales que haya recibido en el resto de la circunscripción; mientras que en la forma paralela, lista de candidatos, para el cálculo de los votos de cada candidato se distribuyen los votos totales del partido proporcionalmente a los votos directos recibidos por él en cada distrito-. Sea como fuere lo relevante es que los diputados que salen de cada circunscripción no son los que decide el partido, sino los que eligen los ciudadanos.
Realizado el escrutinio los escaños se asignan en dos rondas: En la primera ronda, se asignan 135 escaños distribuidos por circunscripciones en proporción a su población en base al total de votos obtenidos en cada una.
Y aquí es donde comienza lo interesante del procedimiento: al ser las circunscripciones pequeñas, el sistema perjudica a partidos minoritarios, que tienen votos disgregados en las circunscripciones y no logran imponerse en ninguna o casi ninguna. Así, se establecen 40 escaños compensatorios a los que se puede optar por haber obtenido al menos un escaño en la ronda anterior, haber alcanzado al menos un 2% los votos totales o haber conseguido al menos en dos regiones la media de votos para obtener un diputado. Definidos los partidos que pueden acceder a estos 40 asientos en el Folketinget se toman como referencia los votos totales nacionales, configurando Dinamarca como circunscripción única, y se calculan los escaños que proporcionalmente corresponderían a cada partido por el número de votos obtenidos. Pero no debe perderse de vista que el objetivo es compensar, por tanto, se comparan los escaños que obtuvo cada formación en la primera ronda con los que le corresponderían en circunscripción única, la resta de ambos mide lo perdido como consecuencia del pequeño tamaño de las circunscripciones.
Con este sistema se logra por tanto, un doble objetivo, garantizar circunscripciones suficientemente pequeñas como propiciar la cercanía entre el elector y el electo, con las ventajas que señalábamos, amén de la elección directa en listas abiertas, pero a la vez garantizar una máxima representatividad de la Cámara con representación de las minorías. Eso sí, a costa de la fragmentación y de la supuesta gobernabilidad.
Una condición necesaria, pero no suficiente para España
Podríamos seguir con el estudio comparado de los sistemas electorales hasta el agotamiento y, al final, nos reafirmaríamos en una conclusión: independientemente del modelo, la clave es obligar a que los representantes busquen su apoyo real en los votantes y no en el partido. Además, conscientes de que sus actuaciones serían constantemente examinadas y poco escaparía de los mil ojos con que los ciudadanos les observarían, ¿no sería la vida política más transparente y menos propicia a la corrupción? -Ya lo decía el camarada Stalin, “la confianza es buena, el control es mejor”-. Por tanto, la conclusión esencial es que son necesarias reformas que rompan definitivamente con una democracia rehén de los aparatos de los partidos políticos y de los políticos de oficio.
Queda la objeción de la gobernabilidad, personalmente niego la mayor: si por gobernabilidad se entiende un sistema bipartidista con facciones enfrentadas que aspiran a obtener una mayoría absoluta para aplicar su rodillo, puede admitirse tal objeción. Es indudable que para partidos mayoritarios, un sistema que favorezca grandes mayorías es el más adecuado, pero ¿lo es para los ciudadanos? El sistema español, combinado con la traslación del poder real a los partidos políticos, la invasión de las instituciones y la propensión a mayorías absolutas, no tiende sino a derivar en un poder omnímodo con el serio peligro de acabar convirtiéndose en un “despotismo democrático-benevelonte”. Por el contrario, un Congreso de los Diputados de amplio espectro ideológico implicaría contrapesos y la necesidad de buscar pactos. Como simple divertimento propongo elucubrar a quién perjudicaría un Congreso de los Diputados como el del gráfico (supuesto, un modelo de circunscripción única, que no creo sea el más adecuado)… ¿Al ciudadano?
Y aquí de nuevo somos rehenes de nuestra historia: en España no ha existido, ni existe, una cultura del consenso. Basta hacer un repaso a la historia del constitucionalismo español, que salvo el breve periodo de la Transición y el consenso en torno a la Constitución del 78, que hoy parece resquebrajado, es la pugna entre dos visiones, conservadores y progresistas, por imponer su ideología.
“En esta sociedad, compuesta de camarillas que se aborrecen sin conocerse, es desconsolador el atomismo salvaje de que no se sabe salir si no es para organizarse férrea y disciplinariamente con comités, comisiones, subcomisiones, programas cuadriculados y otras zarandajas.”
SOBRE EL MARASMO ACTUAL DE ESPAÑA.- Miguel de Unamuno
Un nuevo sistema electoral no es el bálsamo de Fierabrás, mágica poción capaz de curar todas las dolencias de nuestro modelo de capitalismo castizo y tabernario y acabar con la partitocracia, pero digamos que es condición previa -necesaria, pero no suficiente-. Y aquí los ciudadanos no debemos obviar nuestra parte de culpa, ya lo decíamos, Sebastián y yo, en Las raíces de nuestro lobbysmo castizo, debemos madurar como sociedad. La historia reciente italiana ilustra como una regeneración sin una transformación paralela de los valores éticos y de la responsabilidad cívica de los integrantes de esa sociedad, está siempre llamada a fracasar, a vivir en un perpetuo cambio para que al final todo siga igual.
“Porque la política y las instituciones, no nos cansaremos de repetirlo, son el producto, bueno o malo, de una buena o mala sociedad, compuesta por personas mejores y peores. Personas como ustedes y nosotros.
Por consiguiente, no cabe sino batirnos y lidiar con el resultado. Never surrender, queridos lectores.”
No retreat, no surrender!
(Mi más sinceras gracias a Sebastián y Simón, esta serie debe una gran parte, lo poco bueno que podáis encontrar, a sus comentarios y su feedback)