Robert Barro es catedrático de economía en la Universidad de Harvard. Artículo originalmente publicado por la Hoover Institution.
Hasta hace poco, el Euro parecía destinado a englobar a toda Europa. Pero ya no. No es probable que ninguno de los ahora países periféricos del Euro abracen la moneda común. Siete países de la Europa del este, recién adheridos a la Unión Europea (Bulgaria, República Checa, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia y Rumanía) han anunciado su intención de revisar sus obligaciones de adopción del Euro.
Los dos miembros de la UE fuera de la Zona Euro, el Reino Unido y Dinamarca, tienen cláusulas explícitas para mantenerse fuera de la moneda común (las cláusulas opt-out), y la opinión popular se ha vuelto en contra de la pertenencia al Euro. En Suecia, que no posee una cláusula “opt-out” formal (pero que ha rehusado inteligentemente cumplir uno de los requerimientos de pertenencia), una encuesta efectuada en noviembre acerca de la adopción del Euro tuvo un resultado abrumadoramente negativo: un 80% votó en contra frente un 11% a favor.
A la luz de la respuesta política a la actual crisis fiscal y monetaria –que se inclina con fuerza hacia una entidad política centralizada que será probablemente más impopular que la moneda común-, sugiero que sería mejor revertir el curso de la situación y eliminar el Euro.
Cuando el Reino Unido debatía si unirse a la senda de la moneda única a mediados de la década de los 90, mi visión sobre el tema era que los beneficios de una pertenencia al Euro –mejoras en el comercio internacional de bienes y servicios y en las transacciones financieras- eran contrarrestadas por la participación obligatoria en dudosas políticas sociales, regulatorias y fiscales. Aún así, pensaba que el Reino Unido debía unirse si lograba adherirse exclusivamente al proyecto de moneda común.
Ahora pienso que la opción de una unión monetaria sin el resto del equipaje es un sueño imposible. La moneda única está inevitablemente ligada a un banco central común con el poder de ser el prestamista de última instancia. Este hecho crea una situación con rasgos similares a una unión fiscal, recientemente emergida en forma de salvamentos en Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y España.
La reacción política a cada paso de la presente crisis ha consistido en un refuerzo de esta unión –el dinero para el salvamento de la UE y el Fondo Monetario Internacional, la implicación fiscal por el Banco Central Europeo y la mayor influencia de la UE en la política fiscal de todos los gobiernos-. Una moneda única sobre un área de libre comercio está llevando a una entidad política centralizada.
A pesar de algunos beneficios de escala derivados de pasar a ser un país más grande, el coste de de unir a la fuerza poblaciones heterogéneas con distinta historia, lengua y cultura en una única nación sería prohibitivamente alto.
Un contraejemplo legítimo es el caso de los Estados Unidos, que ha prosperado con unión fiscal a pesar de la posibilidad continua de salvamentos federales de los gobiernos estatales (a través de programas explícitos de salvamento o mediante el tipo de transferencias contenidas en el paquete de estímulo de 2009 y 2010).
El mayor seguro de salvamento es que, exceptuando a Vermont, los estados tienen largas historias de requerimientos de equilibrio presupuestario. De todos modos, debido al crecimiento de programas no financiados de pensiones y sanidad para los trabajadores de cada estado, los requerimientos de equilibrio presupuestario han pasado a ser menos seguros. Los problemas estructurales en el sistema federal de los Estados Unidos pueden pasar a ser algún día tan serios como los de Europa.
La UE especifica con gran detalle los requisitos que los países candidatos deben cumplir para entrar a formar parte del Euro, pero no ofrece receta alguna de salida o expulsión. Una posibilidad natural pasaría por empezar a expulsar a los países menos cualificados, basándose en la falta de disciplina fiscal u otros criterios económicos. Grecia es un candidato obvio –presentando desde los años 70 un control fiscal cada vez menor-. Pero, en vez de la expulsión, la reacción de la UE ha sido el proveer un salvamento suficientemente grande como para impedir que el país se saliese.
Un mejor plan consistiría en comenzar desde arriba. Alemania podría crear una moneda paralela –un nuevo Marco, con tipo de cambio fijado 1 a 1 con el Euro-. El gobierno alemán garantizaría que los poseedores de bonos alemanes podrían convertir sus activos denominados en Euros a nuevos Marcos en una proporción de uno a uno hasta una fecha señalada, quizás en un plazo de dos años. Los contratos privados alemanes expresados en Euros pasarían a estar denominados en Marcos a lo largo de dicho período. La transición probablemente presentaría un período en el cual el Euro y el Marco circularían como monedas paralelas.
Otros países seguirían el camino de reintroducción de sus propias monedas a lo largo de dicho período de dos años. Por ejemplo, Italia crearía una nueva lira con una paridad 1 a 1 respecto al Euro. Si todos los países de la Eurozona siguiesen este curso, la desaparición del Euro en 2014 sería similar a la desaparición de las 11 distintas monedas europeas en 2001.
Un aspecto clave de la transición consistiría en evitar reducciones fuertes en el valor de los bonos públicos de Italia y el resto de países débiles de la Eurozona. Después de todo, el problema que ha iniciado la creciente intervención oficial en los meses recientes han sido las potenciales pérdidas de valor de los bonos públicos de Grecia, Italia y demás. Los gobiernos y los mercados financieros están preocupados porque estas pérdidas de valor podrían llevar a quiebras bancarias y crisis financieras en Francia, Alemania y en todos los demás países.
La preocupación por el valor de los bonos públicos es racional porque no está claro si –incluso con la ayuda del núcleo central- Italia y el resto de países débiles serán capaces o estarán dispuestos a cumplir sus obligaciones financieras en el largo plazo. Un sistema nuevo (o restaurado) de monedas nacionales sería más creíble, porque Italia debería ser capaz y querría cumplir sus obligaciones denominadas en la nueva Lira. Esta credibilidad ya subyacía en el sistema previo a 1999, en el cual los bonos de Italia y de otros países de la Eurozona se encontraban denominados en sus propias monedas. El antiguo sistema era imperfecto –especialmente al permitir a algunos países tener ocasionalmente una alta inflación-, pero está claro que era mejor que el sistema actual.
Mi predicción es que el anuncio del nuevo sistema aumentaría el valor de los bonos alemanes, porque Alemania tiene una mayor credibilidad individual y no tendría que preocuparse más por sus vecinos débiles. Incluso los bonos italianos y los del resto de países bajo sospecha verían subir su valor, porque las suspicacias respecto a su credibilidad individual serían contrarrestadas por la mejora en el funcionamiento del sistema en su conjunto.
El Euro fue un experimento noble, pero ha fallado. En lugar de malgastar más dinero en expandir la amplitud del sistema y en desarrollar fondos aún más grandes de rescate, sería mejor que la UE y el resto pensasen en la mejor forma de regresar a un sistema de monedas individuales.